jueves, 24 de septiembre de 2009

Preconsciencia salmantina

(Sueño de una noche de otoño)

Mis pasos deambulan despacio y las calles se desvanecen en humo pálido. Los vapores de la lluvia crepitan en la piedra de Villamayor, esa que envuelve las ruinas de una ciudad dormida y que duerme eternamente el ansiado descanso eterno. La visión postapocalíptica, tétrica, dantesca, divina comedia venida a menos, invade sucintamente la despensa de mi inconsciencia. Me refiero, por supuesto, al lugar donde se guardan los ingredientes con que cocino mis recuerdos, sazonándolos a mi gusto, reinventando hechos y arrojando al lar aquello que quisiera nunca hubiera pasado. Observo atónito como ciertos recuerdos son arrasados. Sólo quedará de ellos el hollín y una pequeña mancha más en el puchero, confundida con las muchas otras que el paso de los años dejó marcadas en sus lomos. Apenas nada. Afortunadamente aún soy capaz de reciclarme. Temo por mí, por el día en que no alcance a metabolizar, a asimilar lo que me sucede. Siempre he tenido miedo a la esquizofrenia. La distancia que separa mi amado ser preconsciente, mi propio manifiesto surrealista, de la locura, de verme como esas fotografías de Nietzsche en el manicomio de Jena, se salva en tan pocos pasos que ya estaría loco si no sintiera el miedo golpeando en el fondo de mis cuencas, en la retina... En esos momentos es cuando la expresión salvarse de sí mismo adquiere su verdadera magnitud, ya que fuera de ellos no soy capaz de entenderla. Salvarme de mí mismo cuando tantas veces, en tan corto período de tiempo, he sido capaz de perder todo aquello que me salva del delirio, que me hace feliz (sí, casi siempre soy feliz, será mi bendita ignorancia, pero soy feliz). Ver los acontecimientos como si fuera un mero espectador es lo que me asusta, perder el control de mí mismo, de mi vida. Asistir al caos que yo mismo he creado y no ser capaz de reaccionar, de comprender que lo que me pasa es real y no un mal sueño. Perderte a ti, al fin y al cabo, y todo cuanto te rodea, es lo que de verdad me aterroriza.

Heptasílavos de medianoche

la llama de la ciénaga

rescoldos del augurio


el ámbito deshecho


las sábanas vacías


y me muero de sangre


pálpito en la despensa


del inconsciente, hora


marchita, de tu huida.



vvvvvvvvvvvvvvvv
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