Nunca hubo pan para todos en estas tierras,
un éxodo obstinado estuvo siempre inscrito en nuestros genes:
en la marabunta proletaria emigrada a las Américas
y en la diáspora centrífuga de todo el siglo XX.
Y es que allá donde fueres, habrás de encontrarte a mis paisanos,
los verás fregando suelos, vendiendo entradas,
cocinando despidos o alquilando áticos.
No hubo grandes nombres entre los nuestros,
no demasiados, al menos, pero, en cada viaje,
quien te servía la cena o te recogía en el aeropuerto
casi con certeza era un conciudadano.
Naces, creces, emigras y, con suerte,
vuelves para convertirte en tierra de tu tierra.
Es la distancia un desencuentro cotidiano,
un saberse ausente del funeral de los que quieres,
un comprender que el retorno no es posible,
aunque vuelvas,
porque has cambiado tú y el terruño
ya no es el mismo a causa, precisamente,
de tu cúmulo de ausencias.