Vengo
de una estirpe de labriegos
que cambió las ovejas, el molino
el trillo, la horca o la azada
por la rueca, el telar
el huso o la estambrera.
Vengo también
del prestamista que olvidó
los pagarés en un armario
al albedrío de los roedores
y que arruinó a su familia,
liberando a tantas otras
del yugo de la usura.
Vengo
de los que hacían turnos dobles
en la fabril militar Rodríguez Yagüe
y recorrían después 9 km
en bicicleta o caminando
mientras la mujer hacía la casa
criaba hijos y araba el campo.
Vengo
de los que repitieron la hazaña en Mobylette,
del herrero reconvertido en albañil
y de los que tuvieron que firmar con una equis.
Vengo
de los que abandonaron los estudios
y conocieron desde niños
la tortura etimológica
del origen teológico del trabajo.
Vengo
de una genealogía cercenada
que luchó a través de los siglos
para que yo pudiera renunciar
a tener hijos, apostatar de mi carrera
pararme, respirar, detener la rueda,
leer a Nietzsche o a Bob Black
y contaros por escrito y en detalle
toda mi historia.