jueves, 18 de febrero de 2010

El entierro de la sardina



Una luna cabrona apenas velada por el humo de las sardinas. Albas, cirios, llantos fingidos, atávico ritual que pone fin al reinado de la carne. Privilegiado, mi primer miércoles de ceniza, siento como algo inscrito en mi inconsciente se activa de pronto, algo grabado a fuego en los albores de la especie, una chispa, un impulso nervioso que procede del bulbo raquídeo o del cerebelo. Mi sangre se llena de ritmos tribales, mi cuerpo pide bacanal, saturnalia, carnaval, ritos órficos, ambientes goyescos y esperpento. Me siento inducido, más de lo normal, a lo irracional, a lo violento, incluso el gélido viento de febrero me resulta agradable. Mi parte animal ya no tiene que luchar para salir de su escondite, ha sido liberada , las fieras andan sueltas. Las sardinas y el vino tinto hacen su efecto, mi sexo te llama a gritos ensordecedores, y yo fiel y monógamo como todos los lobos, permanezco callado, quieto, mudo. La noche va sembrando ya su escarcha y el sueño apoderándose de mis párpados. Esta madrugada me siento más ibérico que nunca, heredero de Goya y Valle-Inclán.

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