domingo, 31 de octubre de 2010

El orador horadado (Capítulo 2º)




El horador desconoce la razón, pero siempre se levantó sin pereza. Así pues ya va camino del baño. En el lavabo, él no lo sabe, le espera un invitado. Una enorme arañita, que no hace tan siquiera el amago de ocultarse. Demasiadas generaciones de arácnidos campando a sus anchas por el habitáculo del horador. Bien le conocen, toda araña que murió en esa casa lo hizo por causas naturales. Ambos juegan con el agua del grifo, el horador se lava la cara y su amiga esquiva las gotitas, correteando por la pila, ora hacia arriba, ora hacia abajo. Cuando acaba la danza, los dos se quedan mirando al otro. Nunca se vio araña tan socializada, que hasta parece levantar una de sus cuatro pares de patas para despedirse.

Ayer mismo el horador  se prometió que se acabarían esos lamentables desayunos a base de café a palo seco y sin azúcar.
-A partir de mañana almorzaré manjares de toda clase.-se dijo- Al fin y al cabo el desayuno, según dicen, es la comida más importante del día.
Sin embargo, la realidad era otro cantar. Como siempre, se había olvidado de hacer la compra. Hizo la lista, por supuesto, pero quedó olvidada frente a la ventana, junto a un vaso semivacío y una caja, ésta totalmente vacía, de galletas. Sólo quedaba resignarse con ese café barato y sin florituras.
Pasado el trámite, el horador, se debatía entre salir a comprar el periódico y quedarse en la ventana, mirando enmarañarse el cielo que despertó tan azul, con falsas promesas de un leve veranillo de San Martín.
Esta sí que era una dicotomía. La opción del periódico iba tomando fuerza, no por el diario en sí, que finalmente nunca leía, pues detestaba las noticias. Lo que realmente se ocultaba bajo la obligación moral de comprar el diario, era la posibilidad de jugar a uno de sus juegos favoritos, que no era otra cosa que buscar parecidos entre los desconocidos, con otros menos desconocidos que, en algún momento, pasaron por su vida. Buscaba, por ejemplo, el rostro de su profesora de preescolar, de aquel amigo de su padre que le traía cromos, o de su primera novia. Era asombroso como la gente abrazaba ciertos tipos, con escasas variantes, aunque probablemente, no fuera más que un intento desesperado del cerebro, que siempre trata de clasificar, de tenerlo todo controlado, complementando con recuerdos la información de que carece. Lugar común.
 Finalmente desechó la idea. Si salía a por el periódico no le quedaba más remedio que llevar la lista de la compra del papel a la práctica, de las palabras a los hechos, del concepto a la vida, en una dialéctica nietzscheana. La verdad no se sentía con fuerzas para darle un sentido ontológico a una simple lista de la compra. El periódico estaba descartado.
El horador camina hacia su armario, estaba bajando la temperatura. Sacó su batín y se cubrió con su felpa, mientras un escalofrío suave partía su espalda. Comenzaba su discurso, ensayo general de la mañana, palabra por palabra. Afuera avanzaba el día, los cirros se convertían en estratos, y estos iban dejando sitio, poco a poco, a los cúmulos de lluvia.

1 comentario:

  1. Angustia existencial.
    "Buscar parecidos entre los desconocidos ,con otros menos desconocidos que, en algún momento, pasaron por su vida..."
    Sobrecogedor.

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