lo reconozco, debería cambiar de estilo,
empezar un poema con, no sé,
«las nubes van lamiendo un cielo consternado de noviembre,
preñado de invierno y, sin embargo,
con una querencia aún de sol y de alegría».
Pero me faltan fuerzas y me sobra lucidez
para comprender la futilidad de tal empresa,
de creer en alguien, o en algo,
de creer en mí, al fin y al cabo,
y de que toda esta mascarada literaria
tiene sentido para alguien.
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