(Lamento)La volcánica voz de Elliot Murphy amortigua el único sonido perceptible de la habitación, que no es otro que el de las teclas mientras escribo. Apenas se escuchan ruidos en el edén otoñal de Sanabria. No es casualidad, una extraña conjura de los hados, todo el universo reunido, el brahman al completo se ha confabulado para que mi primera estancia en los alrededores de la Sierra de la Culebra se produjera en otoño.
Las calles de Puebla huelen a otoño, a fermentación, a levadura, a hojas secas, a orujo y a sidra, a higos, a boletus. El sol se resiste entre los tejados azules a abandonar su cielo nebulizado, y un extraño aroma a nostalgia en estado puro me invade en cada inspiración. La soledad que me atraviesa se funde en sí misma con el sonido de la harmónica y La Hoja de Roble cae en pedazos, marchita, muerta, sobre mi ahora corta melena. Capitulé, me rendí a la adultez, abandoné mi eterna (o eso creía yo) niñez. Y me pregunto si estoy siguiendo mis sueños o tan sólo dejándome llevar por el viento de las buenas costumbres, del deber, de lo establecido. Un paso más hacia la muerte. Un cuarto de siglo hunde sus rodillas en mi pecho, me asfixia y sólo tú le das sentido a este desconcierto, a esta huida de mí mismo.
Joder, te extraño tanto…
las horas resbalan despacio, como las gotas de lluvia sobre los cristales
y todo se hace tan triste…
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