sábado, 6 de noviembre de 2010

El orador horadado (Capítulo 4º)


El horador descansa de su discurso y su vacío, sentado al piano, el mismo que le extrañó durante meses, sin atreverse a decir nada, así son de discretos algunos instrumentos, y especialmente este piano.
Un fraseo de Nyman surca las teclas, y puede que no sea la melodía más apropiada para el horador en este día. Esa música, lo tiene decidido hace tiempo, ha de ser la que suene el día de su muerte, funeral del poeta solitario. Y el hilo del pensamiento le lleva irremediablemente a preguntarse quién acudirá, incluso en el remoto supuesto de que llegaran a enterarse de su óbito, a despedirse de él, de entre todos aquellos a los que conoció o creyó conocer. ¿Acudiría María Cobarde, allá donde se encuentre? ¿Le recordará en algún momento, aunque sea fugazmente? El horador trata de evitar su imagen, ya lo hemos visto, no entiende por qué se deshizo de ella. Tal vez por amor, si es que tal cosa existe bajo el manto del egoísmo, sí, claro que existe, y tal vez por amor la apartó de su lado. Cuánto dolor la habría causado de permanecer a su lado. El sermón de su discurso habría matado su espíritu. Ella no se atrevía a alejarse, a pesar de que el horador  sabía que lo deseaba. María Cobarde, enamorada, prometió no dejarle solo, y el horador, por amor, se juró que ella merecía ser feliz, aunque fuera lejos, muy lejos de él. Qué irónico resultaba, el amor tirando de la misma cuerda en dos bandos opuestos, luchando contra sí mismo. La derrota, claro, estaba asegurada. Las peores guerras, se decía el horador, son las que libramos contra nosotros mismos, no hay nadie que conozca mejor dónde nos duele. En la guerra contra uno mismo, nunca hay supervivientes. Y tiene uno que morir tantas veces…
El piano era golpeado ahora con rabia, con un brío que le hacía estremecerse. Este instrumento también gustaba de ser acariciado con dulzura, pero ahora necesitaba la pasión, la violencia con que el horador lo maltrataba en este crepúsculo ceniciento.
-Supongo que hay un momento para cada cosa.-se decía el piano.

3 comentarios:

  1. éste texto fue llenándome de angustia, pero el final me vino como una hoja de otoño...
    me encantó lo de en la guerra contra uno mismo nunca hay superviviente.

    Saludos

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  2. Muy bueno. Muy real.

    Hace ya tiempo que le doy vueltas a lo de la teoría del Caos, pero sabes? creo que para el Caos, no existe teoría, y si la hay, estará con las palabras desordenadas...

    Yo cada vez que intento ordenarme me enredo más.

    saludos caóticos

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