El horador mastica el vacío de su cena, recalentada y fría, como siempre. Nada ha cambiado. Por un momento, al saberse libre, creyó que todo cambiaría en su vida, pero tras una profunda reflexión, concluyó que todo seguía igual. De qué le servía su nueva libertad. Al menos antes podía pensar que el hautor le llevaría cogido de la mano, a lo largo de un hilo argumental, más o menos anudado, a un desenlace, para bien o para mal. Ahora que se sabía libre, comprendía que sus pasos no conducían a ningún sitio, encallado para siempre en esa casa maldita, sin sirena de dulces cantos.
Recogió los platos con desgana y los dejó sobre la pila.
-Mañana será otro día,-mascullaba- otro puto día igual.- el horador debe de estar desesperado, nunca antes le oímos blasfemar.
La verdad le hizo libre, y la libertad, que tanto ansiaba, no hizo nada, no le hizo más feliz, no le hizo más infeliz, no minó las bases de su vida, no implosionaron las estructuras de todo cuanto le rodeaba. La libertad no hizo nada, nada de nada. El mismo vacío de todos los días, la misma tristeza sin tristeza. De la cama a la ventana, de ahí al sofá, y de vuelta a la cama, eso era todo. Realmente, ¿eso era todo? ¿día tras día? Y de vez en cuando salir a jugar con una araña o discutir con un piano.
El batín mostraba sus arrugas, desgastado por el uso, la cara del horador mostraba las suyas, desgastada por el tiempo. La escena del sofá se tornaba patética. El viento arreciaba fuera, ahora no llovía, el silencio guardaba la puerta, centinela de los solitarios. Ningún sonido llegaba a oídos del horador. Su respiración, tranquila a pesar de todo, apenas hacía un ruido perceptible. Caminó hacia la lámpara, que apagó sin rabia, ni un gesto que delatara la tensión, y regresó caminando por la oscuridad a la placenta de su cama. Pronto el amniótico calor que él mismo generara le hará caer en la telaraña fase REM. Le traicionará, por supuesto, sueño tras sueño, con todo aquello que desea.
El viento planta batalla esta noche al centinela del silencio.
Recogió los platos con desgana y los dejó sobre la pila.
-Mañana será otro día,-mascullaba- otro puto día igual.- el horador debe de estar desesperado, nunca antes le oímos blasfemar.
La verdad le hizo libre, y la libertad, que tanto ansiaba, no hizo nada, no le hizo más feliz, no le hizo más infeliz, no minó las bases de su vida, no implosionaron las estructuras de todo cuanto le rodeaba. La libertad no hizo nada, nada de nada. El mismo vacío de todos los días, la misma tristeza sin tristeza. De la cama a la ventana, de ahí al sofá, y de vuelta a la cama, eso era todo. Realmente, ¿eso era todo? ¿día tras día? Y de vez en cuando salir a jugar con una araña o discutir con un piano.
El batín mostraba sus arrugas, desgastado por el uso, la cara del horador mostraba las suyas, desgastada por el tiempo. La escena del sofá se tornaba patética. El viento arreciaba fuera, ahora no llovía, el silencio guardaba la puerta, centinela de los solitarios. Ningún sonido llegaba a oídos del horador. Su respiración, tranquila a pesar de todo, apenas hacía un ruido perceptible. Caminó hacia la lámpara, que apagó sin rabia, ni un gesto que delatara la tensión, y regresó caminando por la oscuridad a la placenta de su cama. Pronto el amniótico calor que él mismo generara le hará caer en la telaraña fase REM. Le traicionará, por supuesto, sueño tras sueño, con todo aquello que desea.
El viento planta batalla esta noche al centinela del silencio.
"La verdad le hizo libre"... ¿Crees que sí? Hasta la verdad encadena. Todo en esta puta vida nos ata.
ResponderEliminarMuy bueno. Me encantó ese final. El viento siempre acaba por traernos algo, aunque sólo sean susurros.
ResponderEliminarsaludos caóticos
Esa es la paradoja que trato de plantear, que la libertad no nos hace libres. Yo espero que el viento traiga la nieve tras de sí.
ResponderEliminar