clavando sus colmillos en su cuello
Un blog para todos y para nadie (expulsado del exilio de los Paraísos Amnióticos)
sábado, 13 de febrero de 2010
sábado, 16 de enero de 2010
jueves, 24 de septiembre de 2009
Preconsciencia salmantina

Mis pasos deambulan despacio y las calles se desvanecen en humo pálido. Los vapores de la lluvia crepitan en la piedra de Villamayor, esa que envuelve las ruinas de una ciudad dormida y que duerme eternamente el ansiado descanso eterno. La visión postapocalíptica, tétrica, dantesca, divina comedia venida a menos, invade sucintamente la despensa de mi inconsciencia. Me refiero, por supuesto, al lugar donde se guardan los ingredientes con que cocino mis recuerdos, sazonándolos a mi gusto, reinventando hechos y arrojando al lar aquello que quisiera nunca hubiera pasado. Observo atónito como ciertos recuerdos son arrasados. Sólo quedará de ellos el hollín y una pequeña mancha más en el puchero, confundida con las muchas otras que el paso de los años dejó marcadas en sus lomos. Apenas nada. Afortunadamente aún soy capaz de reciclarme. Temo por mí, por el día en que no alcance a metabolizar, a asimilar lo que me sucede. Siempre he tenido miedo a la esquizofrenia. La distancia que separa mi amado ser preconsciente, mi propio manifiesto surrealista, de la locura, de verme como esas fotografías de Nietzsche en el manicomio de Jena, se salva en tan pocos pasos que ya estaría loco si no sintiera el miedo golpeando en el fondo de mis cuencas, en la retina... En esos momentos es cuando la expresión salvarse de sí mismo adquiere su verdadera magnitud, ya que fuera de ellos no soy capaz de entenderla. Salvarme de mí mismo cuando tantas veces, en tan corto período de tiempo, he sido capaz de perder todo aquello que me salva del delirio, que me hace feliz (sí, casi siempre soy feliz, será mi bendita ignorancia, pero soy feliz). Ver los acontecimientos como si fuera un mero espectador es lo que me asusta, perder el control de mí mismo, de mi vida. Asistir al caos que yo mismo he creado y no ser capaz de reaccionar, de comprender que lo que me pasa es real y no un mal sueño. Perderte a ti, al fin y al cabo, y todo cuanto te rodea, es lo que de verdad me aterroriza.
viernes, 3 de abril de 2009
El Maestro de Sínope

Bueno, como últimamente estoy muy liado y apenas actualizo, os dejo unas cuantas anécdotas clásicas que la tradición (a través de Diógenes Laercio)amalgama en la figura de otro Diógenes, el maestro cínico, el Perro de Sínope. Aquí van:
Hay que tener cordura para vivir o cuerda para ahorcarse.
Viendo en cierta ocasión cómo los sacerdotes custodios del templo conducían a uno que había robado una vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: “Los ladrones grandes llevan preso al pequeño.”
Cierta vez que nadie prestaba atención a una grave disertación suya, se puso a hacer trinos. Como la gente se arremolinara en torno a él, les reprochó el que se precipitaran a oír sandeces y, en cambio, tardaran tanto en acudir cuando el tema era serio.
Capturado y puesto a la venta como esclavo, se le preguntó qué sabía hacer: “Mandar”, contestó; y al subastador le dijo: “Pregona si alguien desea adquirir un amo.” Luego señaló a cierto corintio vestido de rica púrpura, llamado Jeníades, y dijo: “Véndeme a ese, necesita un amo.”
A Jeníades, que lo había comprado, le aseguró que debía obedecerle, aunque fuera su esclavo, del mismo modo que obedecería a un médico o a un piloto, si estos fueran también esclavos.
A quienes le aconsejaban: “Eres ya viejo: de ahora en adelante, descansa», les contestó: “Si participara en una larga carrera, al aproximarme a la meta, ¿debería por ventura aflojar el paso? ¿no es entonces, más bien, momento de forzar la marcha?”
Siendo invitado a una comida, manifestó que no pensaba ir, pues la última vez que había ido su anfitrión no le había sabido mostrar el agradecimiento suficiente.
Observando cierta vez a un niño que bebía con las manos, arrojó al suelo el cuenco que llevaba en la alforja, diciendo: “Un niño me superó en sencillez.”
Cierto día observó a una mujer postrada ante los dioses en actitud ridícula y, queriendo liberarla de su superstición, se le acercó y le dijo: “¿No temes, buena mujer, que el dios esté detrás de ti (pues todo está lleno de su presencia) y tu postura resulte entonces irreverente?”
También decía oponer a la fortuna, el valor; a la ley, la naturaleza; a la pasión, la razón.
Le encarecieron los atenienses que se iniciara en los Misterios, asegurándole que los iniciados disfrutaban en el Hades de una posición privilegiada. “Tendría gracia –replicó Diógenes- que Agesilao y Epaminondas moraran en el lodo, mientras que algunos malvados, por el hecho de ser iniciados, habitaran en l a Isla de los Bienaventurados.”
Platón había definido al hombre como animal bípedo implume, y su definición obtuvo gran fama. Diógenes desplumó un gallo y lo introdujo en la escuela, diciendo: “Este es el hombre de Platón.”
En pleno día, iba con su candil encendido, diciendo: “Busco un hombre.”
En un banquete algunos le echaron huesos como si fuera un perro: Diógenes, comportándose como un perro, orinó allí mismo.
Recordándole alguien que los de Sínope le habían condenado al destierro, Diógenes le replicó: " Y yo a ellos a quedarse."
Estaba en una ocasión pidiendo limosna a una estatua. Preguntándole por qué lo hacía, contestó: "Me ejercito en fracasar."
Se le preguntó si disponía de criado o criada y respondió que no. "¿Quién pues te enterrará cuando mueras?", inquirieron. "Quienquiera que necesite la casa", replicó.
Oyendo una vez a dos abogados discutir, los condenó a ambos, señalando que el uno había, sin duda, robado, pero al otro no se le había sustraído nada que fuera suyo.
Interrogado acerca de qué vino bebía con más agrado, repuso: "El de los demás."
A quien le dijo: "Muchos se ríen de ti", le replicó: "Pero yo me tomo en serio."
Preguntándole uno de dónde era, respondió: "Ciudadano del mundo." (Acuñó la palabra cosmopolita). La verdadera ciudad es el universo.
A uno que le reprochó: "Te dedicas a la filosofía y nada sabes", le respondió: "Aspiro al saber, y eso es justamente la filosofía."
Un padre le trajo a su hijo, presentándolo como un muchacho muy bien dotado y de excelente carácter. "¿Para qué me necesita entonces?", quiso saber Diógenes.
Como alguien se lamentara de que sus amigos conspiraran contra él, reflexionó: "¿Qué vamos a hacer, pues, si hemos de tratar por igual a amigos y a enemigos?"
Su modo de vida era el mismo –decía- que el de Hércules, anteponiendo a toda otra cosa la libertad.