viernes, 28 de marzo de 2025

Hogar

 De la tierra del musgo al helicriso,

que cerca nuestros bienes y dominios,

todas las casas un día me habitaron 

y las paredes invaden mis recuerdos.

 

Las maletas te guardan en esencias

los hoteles mudados en reflejo,

esta lluvia que hoy cae ya no es la misma 

es el don del que afrenta el sacrificio.

 

Son las nubes, la noche, tu paisaje

amparados de un próximo horizonte,

desarbolados nudos sedentarios,

nomadismo de rueda, campo y cielo.

 

Constelación arbórea del retorno,

ímprobo ciclamen resplandeciente,

borceguíes clamando a mis ancestros,

lápida,

          túmulo, 

tierra fecunda.

jueves, 20 de marzo de 2025

Tierra quemada

Los amarillos legajos flotaban en los charcos,

junto a los expedientes, nóminas, recibos bancarios...

Los nobles tejados iban, poco a poco, cediendo

y las vetustas paredes se iban desmoronando,

unos figurines vestidos de Armani salían

portando maletines con activos pecuniarios.

 

Las sociedades anónimas habían mutado en

sociedades de responsabilidad limitada,

y en la práctica, limitada significa nula 

pues las familias tenían que esperar más de dos años

para cobrar las ínfimas migajas del FOGASA.

 

Así, una tras otra, las empresas se iban cerrando,

deslocalizando, reconvirtiendo, esfumando...

Sutil ingeniería fiscal para empezar de nuevo

sin importar el rastro de cadáveres amargos.

 

Y es que mirar atrás es hábito poco elegante,

flaqueza y defecto impropio del hombre de negocios,

pues un perfil romano nunca mira de soslayo,

enfrenta los problemas encarando el porvenir.

 

No cuentan las derrotas, qué importan los caídos,

el mundo del mañana nos exige un sacrifico, 

hasta donde alcanza la vista es tierra quemada,

allende el horizonte todo ha sido devastado.


 

lunes, 10 de marzo de 2025

El tren y la memoria

 El último tren de pasajeros 

partió el día de Nochevieja,

dos meses y diez días, exactamente,

después de que yo naciera.

 

Según una página de internet,

el último mercancías

lo haría un año más tarde,

pero eso es imposible,

pues recuerdo vívidamente

su aparición tras de la curva

o del túnel que atravesaba justo

por los cimientos de mi casa,

precedida siempre

por ese lamento metálico, ese

estremecimiento, ese temblor

que permanece indisoluble 

en el desván de mi memoria

y que excitaba mi imaginación

mientras hacía circular mi tren eléctrico

por raíles de plástico

que montaba en la terraza.

 

Pregunto a mi madre si es posible

que haya construido mis recuerdos,

que lo haya soñado y, más tarde,

incorporado a mis vivencias.

Mis padres corroboran mi pasado,

refrendando los recuerdos de mi infancia.

Busco después en Wikipedia

y, tanto esta como El Español

por una vez, quién lo diría,

 me dan la razón, están de mi lado,

dándome diez años de margen.

 

 El último tren de pasajeros 

partió el día de Nochevieja,

legándonos un futuro

de arenas movedizas.

Vine a nacer en el epílogo

de un mundo para la historia.

Es mi ciudad apenas un recuerdo,

un viejo que se calza la boina,

una nota a pie de página,

en este sagrario a la derrota,

en este culto a la anhedonia.

martes, 4 de marzo de 2025

Diáspora

 Nunca hubo pan para todos en estas tierras,

un éxodo obstinado estuvo siempre inscrito en nuestros genes:

en la marabunta proletaria emigrada a las Américas

y en la diáspora centrífuga de todo el siglo XX.

 

Y es que allá donde fueres, habrás de encontrarte a mis paisanos,

los verás fregando suelos, vendiendo entradas, 

cocinando despidos o alquilando áticos.

No hubo grandes nombres entre los nuestros,

no demasiados, al menos, pero, en cada viaje,

quien te servía la cena o te recogía en el aeropuerto

casi con certeza era un conciudadano.

 

Naces, creces, emigras y, con suerte,

vuelves para convertirte en tierra de tu tierra.

Es la distancia un desencuentro cotidiano,

un saberse ausente del funeral de los que quieres,

un comprender que el retorno no es posible,

aunque vuelvas,

porque has cambiado tú y el terruño

ya no es el mismo a causa, precisamente,

de tu cúmulo de ausencias.

miércoles, 19 de febrero de 2025

Jerga (y gajes) del oficio

 La mañana avanza, como tantas,

en la ciudad textil que vio mi infancia.

Un estrépito ensordecedor y cotidiano

prosigue contumaz su rutina diaria: 

esa lanzadera que, impasible, va y viene

tejiendo los hilos de la historia.

 

Todo lo inicia el leviatán 

limpiando con mimo la lana,

a pesar de su inicuo apelativo 

de bíblica serpiente marina.

 

La carda la prepara para el hilado

junto a los gills y las mecheras

y es la selfactina que en mi casa

se denominaba errónea y familiarmente 

con el parónimo sulfatina

la que por fin hace la magia

de convertir lo basto en hilo fino,

que, una vez tejido, el batán enfieltra

para, con posterioridad, darle el apresto.

 

La máquina de perchar arranca fibras

para obtener los suaves paños de pelo,

que poco más tarde serán tundidos,

vaporizados, prensados, decatidos...

 

En un momento dado, 

la cadena detiene su trajín,

es la sangre quien tiñe la lana,

y un grito queda silenciado 

en medio del estruendo. 


Mi abuelo se ha dejado una falange

dentro de un monstruo de hierro y dientes.

Esta noche no doblará el turno,

mi madre no habrá de llevarle la cena...

¡Vamos! ¡Venga! Aquí no ha pasado nada.

La máquina que teje los hilos del destino

retoma imperturbable su cadencia.

 

Un estrépito ensordecedor y cotidiano

prosigue contumaz su rutina diaria.

miércoles, 5 de febrero de 2025

Herencia

 Mis padres se conocieron en la fábrica

y muy pronto conocieron también

la siempre implacable tiranía del trabajo:


ambos obreros del textil y mi madre

despedida la mujer siempre 

en cuanto sus jefes tuvieron 

la mínima sospecha del noviazgo.


La aplicaron un disciplinario, 

que acabó en improcedente

la denuncia de rigor mediante—,

con el idéntico resultado

que sufriría en mis carnes

cuarenta años más tarde.

 

Mi infancia se desarrolló

entre expedientes de regulación

y tuve que aprender desde muy pronto

la acepción marxista de plusvalor,

aunque el término en sí lo conocí mucho más tarde.


Aprendí con ellos la precariedad

que después me encontraría,

pero también el orgullo

de saberse mileurista cuando aún

qué tiempos aquellos

se consideraba una vergüenza.


Los regalos navideños se elegían

en el local de un sindicato, 

pues los Reyes Magos, al parecer,

exponían allí todo el muestrario.

 

Asistí, inocente, a manifestaciones,

huelgas generales, pero también,

huelgas particulares, de gremio,

en las que los mismos comerciantes

que años más tarde pedían apoyo

al resurgimiento nunca alcanzado 

de la decaída economía local,

volvían a subir la trapa tras el paso 

de la turba y seguían con su vida 

y su comercio insolidario.

 

Tuvimos también que comprender 

que era bastante fácil 

acabar recibiendo una pensión

mínima después de trabajar 40 años

en una misma empresa, fiel,

dócil como un golden retriever, 

planchando los trajes de alto standing 

que adquirían famosísimos jugadores 

de la liga nacional de baloncesto.

 

Y mi madre chief accountant,

maestra de todos los guarismos,

financial advisor para llegar a fin de mes

 CEO a tiempo completo

de la economía de andar por casa,

mientras mi padre permanecía 8 horas

al día en ortostática posición,

como una estatua erguida.

Y este último símil me lleva

a preguntarme por qué

por lo que sea— nunca

artista alguno esculpió varices

en las torneadas piernas de las efigies estantes

ni en las ciclópeas pantorrillas de los marmóreos colosos.


 

miércoles, 22 de enero de 2025

Poema del fin del mundo

un dios maldito

que muestre un anuncio de neón

en medio del infierno.

Charles Bukowski

 

 Llueve hoy como una limosna

sobre la tierra sedienta, reseca,

y sobre tu enlosado solitario

de ciudad venida a aldea.

 

Llueven también las bombas y otra guerra

parece haberse desatado ahí fuera.

 

Los magnates dejan caer las máscaras, 

poniendo los pies sobre la mesa

de los despachos ministeriales 

y encendiendo la mecha de una nueva

era oscura de sádico neofeudalismo.

 

Paro, miseria, inflación, nacionalismo

—central y periférico—, crece la xenofobia,

la cerrazón gobierna a la inteligencia,

la suspicacia a la otredad,

mientras seguimos mansamente nuestras compras,

indiferentes al dolor ajeno:

todo parece presagiar el fin del mundo.

 

Alzo la vista hacia tus chimeneas de ladrillo

huérfanas del humo

y coronadas de nidos de cigüeña

desde hace algunas décadas.

 

Es entonces cuando lo comprendo:

aquí el mundo acabó hace ya tiempo.

Y tampoco parece haber tenido

ninguna consecuencia.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Creative Commons License
La Caverna de Zarathustra by Albert Peterson is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License.
Based on a work at lacavernadezarathustra.blogspot.com.es.
Permissions beyond the scope of this license may be available at http://creativecommons.org/licenses/.