domingo, 23 de enero de 2011

Prólogo

Aún quedan restos de prosa sucia y nítida bajo mis sandalias de cuero cristalizado. Pido perdón al respetable por el lamentable espectáculo de mi poemario, por llamarlo de algún modo, aun a sabiendas de que este término pueda herir las sensibilidades artísticas más ortodoxas. El arte ha de ser otra cosa, otra sustancia que otrora se prodigara más por estos lares terrenos y que, hoy por hoy, queda relegado a los altares de los dioses futuros o al recuerdo eternamente olvidado. Con esto quiero hacer hincapié en que no hay arte en cuanto escribo, ni tal pretensión pudiera jamás velar mis ojos mortales, no soy tan petulante, aunque probablemente el uso del término en cuestión me convierta ipso facto en aquello de lo que huyo. Son gajes de la gramática. Simple autocatarsis es lo que ha de buscarse, y encontrarse, excreción de lo dañino y pernicioso para mi psique, dado mi carácter melancólico. Ahora bien, ora pro nobis, sí que es cierto que la búsqueda de Dyonisos, el Amor fati,  están implícitos en cada sílaba de mis escritos, regocijándose del dolor y saboreando todos los placeres. Sentada esta sentencia y establecida la tabula rasa, me queda purificar mi cuerpo en el agua de fuego del Tera, que dormita al otro lado de mi ventana, paciente, tranquilo, frío y manso, cual estrella nival. Él me limpiará del sucio parto…

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