domingo, 6 de marzo de 2011

Balada de Rishikesh (a aquellas que me amaron)

Las lágrimas capitulan ante el recuerdo intangible, el alma se achica y la tez palidece. ¿Dónde estás? Permanezco indostánico ante el latir del reloj de la consciencia. Los clowns se agrupan y te extraño. Me muerde la ausencia, la maldita ausencia que escupe el pasado. Y cómo pasa el tiempo, que de pronto son años, como un puño eléctrico que me muerde el estómago. Desconozco el porqué, pero el recuerdo que más duele es el de tu pijama. Un diente de león, clavel anaranjado, obsequio de sadhu, hecatombe cristalina en la prístina piscina, eclosión bursátil respondiendo al canto de la alondra.

El martillo lejano, el ambiente hostil, la casa en ruinas, los pedazos, húmedos escombros de un hombre arruinado. Desconociendo la causa, las pasiones se vuelven arañas, el zumo de naranja esperando para nunca ser degustado. Muerde la manzana, cómela con saña, clava tus colmillos, renuncia, elige y renuncia, una y mil veces, elige, renuncia, has muerto ¿no eres consciente? El fantasma al que graznan los cuervos no puede mantenerse, se oxida, se vence, apenas ente, acaso entelequia de irisaciones austeras aunque eficientes.
Retoma la partida, déjate cegar por el candor de las candelas. Febrero agoniza, soluble en licor de primavera, yo te acariciaré mansamente con mis palabras, por siempre el susurro atenuado de la onda expansiva de un amor denostado.

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