miércoles, 30 de marzo de 2011

La última hora de la noche


A menudo he tratado de solapar en mis entrañas

La dulce paz que dormita tras las criptas

Con demasiada frecuencia he sucumbido

Al terror de los recuerdos

Y al reloj que los habita

Mas la llave sigue ardiendo

Con el fulgor de una cerilla

En esa hora silenciosa

Que precede a la alboraba

jueves, 10 de marzo de 2011

Equinocio


Quisiera cercenar  mis cabellos

 con los dientes

en la fútil agonía

 de no pensarte

Quisiera desgranar  tus labios

 de mis visiones

por el exilio latente 

de las almohadas

Quiero velar la luz de una sonrisa

y después palparte

en la distancia

Quiero esparcir mis cenizas

bajo tu olivo

germinando así un auspicio

de primavera.



miércoles, 9 de marzo de 2011

Presagio de Varanasi

No reconozco mis manos ni el aliento tras mis labios. Parte de mí quedó en el manantial de las Sonrisas.

Con llaves que abrían cofres sagrados y una hilera de estrellas en el hatillo prosigo mi camino, como únicas posesiones, en la siniestra.

El enjambre de nubes y su orquesta barrita el estruendo de mis ganas de tormenta. De lluvia de ascuas y cenizas, de partes de mí incineradas en Manikarnika.

domingo, 6 de marzo de 2011

Balada de Rishikesh (a aquellas que me amaron)

Las lágrimas capitulan ante el recuerdo intangible, el alma se achica y la tez palidece. ¿Dónde estás? Permanezco indostánico ante el latir del reloj de la consciencia. Los clowns se agrupan y te extraño. Me muerde la ausencia, la maldita ausencia que escupe el pasado. Y cómo pasa el tiempo, que de pronto son años, como un puño eléctrico que me muerde el estómago. Desconozco el porqué, pero el recuerdo que más duele es el de tu pijama. Un diente de león, clavel anaranjado, obsequio de sadhu, hecatombe cristalina en la prístina piscina, eclosión bursátil respondiendo al canto de la alondra.

El martillo lejano, el ambiente hostil, la casa en ruinas, los pedazos, húmedos escombros de un hombre arruinado. Desconociendo la causa, las pasiones se vuelven arañas, el zumo de naranja esperando para nunca ser degustado. Muerde la manzana, cómela con saña, clava tus colmillos, renuncia, elige y renuncia, una y mil veces, elige, renuncia, has muerto ¿no eres consciente? El fantasma al que graznan los cuervos no puede mantenerse, se oxida, se vence, apenas ente, acaso entelequia de irisaciones austeras aunque eficientes.
Retoma la partida, déjate cegar por el candor de las candelas. Febrero agoniza, soluble en licor de primavera, yo te acariciaré mansamente con mis palabras, por siempre el susurro atenuado de la onda expansiva de un amor denostado.
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