Nací sobre una constelación de tejados humildes,
un mar ferruginoso y penachudo
del verde de los líquenes y las uvas de gato,
un mar bermejo sobre el que caía la lluvia
indiferente a la miseria de los obreros en huelga.
Crecí sobre una plétora de tejados solemnemente traspasados
por las largas chimeneas de ladrillo
que desprendían humos que olían a tintes
–y a urdimbres y a telares acariciados por el huso–,
tintes verdinegros que antes de sublimarse contaminaron ríos de líricos nombres.
Pertenezco a los mismos tejados que los huidos, los topos y los maquis.
Bajo tus tejas carcomidas se yergue la ciudad exangüe que agoniza.
Sobre tus tejas el gato Gengis contempló por última vez la luna.
Bajo tus tejas agrietadas, humedad de goteras y esteleos.
Sobre tus tejas pasé de niño a hombre, soñé un futuro y vi cometas.
Bajo tus tejas mi madre y mi padre engendraron un día esta vida.
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