miércoles, 19 de febrero de 2025

Jerga (y gajes) del oficio

 La mañana avanza, como tantas,

en la ciudad textil que vio mi infancia.

Un estrépito ensordecedor y cotidiano

prosigue contumaz su rutina diaria: 

esa lanzadera que, impasible, va y viene

tejiendo los hilos de la historia.

 

Todo lo inicia el leviatán 

limpiando con mimo la lana,

a pesar de su inicuo apelativo 

de bíblica serpiente marina.

 

La carda la prepara para el hilado

junto a los gills y las mecheras

y es la selfactina que en mi casa

se denominaba errónea y familiarmente 

con el parónimo sulfatina

la que por fin hace la magia

de convertir lo basto en hilo fino,

que, una vez tejido, el batán enfieltra

para, con posterioridad, darle el apresto.

 

La máquina de perchar arranca fibras

para obtener los suaves paños de pelo,

que poco más tarde serán tundidos,

vaporizados, prensados, decatidos...

 

En un momento dado, 

la cadena detiene su trajín,

es la sangre quien tiñe la lana,

y un grito queda silenciado 

en medio del estruendo. 


Mi abuelo se ha dejado una falange

dentro de un monstruo de hierro y dientes.

Esta noche no doblará el turno,

mi madre no habrá de llevarle la cena...

¡Vamos! ¡Venga! Aquí no ha pasado nada.

La máquina que teje los hilos del destino

retoma imperturbable su cadencia.

 

Un estrépito ensordecedor y cotidiano

prosigue contumaz su rutina diaria.

miércoles, 5 de febrero de 2025

Herencia

 Mis padres se conocieron en la fábrica

y muy pronto conocieron también

la siempre implacable tiranía del trabajo:


ambos obreros del textil y mi madre

despedida la mujer siempre 

en cuanto sus jefes tuvieron 

la mínima sospecha del noviazgo.


La aplicaron un disciplinario, 

que acabó en improcedente

la denuncia de rigor mediante—,

con el idéntico resultado

que sufriría en mis carnes

cuarenta años más tarde.

 

Mi infancia se desarrolló

entre expedientes de regulación

y tuve que aprender desde muy pronto

la acepción marxista de plusvalor,

aunque el término en sí lo conocí mucho más tarde.


Aprendí con ellos la precariedad

que después me encontraría,

pero también el orgullo

de saberse mileurista cuando aún

qué tiempos aquellos

se consideraba una vergüenza.


Los regalos navideños se elegían

en el local de un sindicato, 

pues los Reyes Magos, al parecer,

exponían allí todo el muestrario.

 

Asistí, inocente, a manifestaciones,

huelgas generales, pero también,

huelgas particulares, de gremio,

en las que los mismos comerciantes

que años más tarde pedían apoyo

al resurgimiento nunca alcanzado 

de la decaída economía local,

volvían a subir la trapa tras el paso 

de la turba y seguían con su vida 

y su comercio insolidario.

 

Tuvimos también que comprender 

que era bastante fácil 

acabar recibiendo una pensión

mínima después de trabajar 40 años

en una misma empresa, fiel,

dócil como un golden retriever, 

planchando los trajes de alto standing 

que adquirían famosísimos jugadores 

de la liga nacional de baloncesto.

 

Y mi madre chief accountant,

maestra de todos los guarismos,

financial advisor para llegar a fin de mes

 CEO a tiempo completo

de la economía de andar por casa,

mientras mi padre permanecía 8 horas

al día en ortostática posición,

como una estatua erguida.

Y este último símil me lleva

a preguntarme por qué

por lo que sea— nunca

artista alguno esculpió varices

en las torneadas piernas de las efigies estantes

ni en las ciclópeas pantorrillas de los marmóreos colosos.


 

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Creative Commons License
La Caverna de Zarathustra by Albert Peterson is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License.
Based on a work at lacavernadezarathustra.blogspot.com.es.
Permissions beyond the scope of this license may be available at http://creativecommons.org/licenses/.