martes, 11 de enero de 2011

El orador horadado (Capítulo 18º)


El horador destila la abulia de sus tardes en alquitaras somnolientas, cual alquimista del hastío, libando su pereza. Cocina la muerte en su despensa, discrepa de sí mismo y se mece por las olas de su sopa. Los ojos de mujer, ay esos ojos, hace noches que no aparecen. Es extraño, nunca los vio a la luz del día, siempre protegidos por un manto de tinieblas. Los relojes, dalinianos testigos del paso irremisible de un tiempo que no le sobra, le miran por encima del hombro. Relojes mirando al hombre por encima del hombro. Un cáustico desencuentro de terraplenes, de trágicas pendientes. Un no tener a quién decirle que no tiene nada que decir. El piano permanece hoy mudo al otro lado del orbe de la sala. Cortinas sedosas, mecidas de la corriente, se dejan atardecer, biseladas por el ocaso.


-Monotonía, monólogo, monosílabo. Mono, mono, mono. Demasiado simiesco.


Vías férreas de un destino que no lleva a ninguna parte, dónde, cuándo y por qué se produjo el cambio de agujas. Dónde perdió el camino, presagio de muerte, de pequeñas muertes, de renuncias. Un eterno retorno de lo mismo, de lo absurdo, una cinta de Moebius alquitranada, bien delimitada, una jaula de rutina, mil veces caminando por su única superficie monoédrica. 


De nuevo el dichoso prefijo solitario, el cactus en el desierto lunar, el ave solitario, exiliado de la bandada. Floreciendo en silencio, alcanzando los niveles más maravillosos de belleza, un cacto en flor hecho arte, ARTE con mayúsculas, arte de verdad por primera vez en la historia, floreciendo en silencio, floreciendo para nadie, nunca será contemplado por retina alguna, floreciendo para nada.


Primera edición, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, © 1963. 8º 155págs., en la primera página, reliquia de santo, de místico profeta, en el altar de la entropía.


Una fiesta sin payaso y el vaso medio vacío, sin lista de la compra y sin caja de galletas. 


El horador se corona con aureolas de espinas estroboscópicas, y un disparo lejano le despierta de su arrullo.

2 comentarios:

  1. Tu horador se ha vuelto más poesía, más contagio de la lluvia... enhorabuena por éste texto.. es cojonudo..

    salud

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  2. Sí y así es como debe acabar (uy se me ha escapado), convertido en poesía. Bueno, aún queda el epílogo.

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