Nocturno de Puente Alcolea
[…] Algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía.
Miguel Hernández
Como la última estrofa
del poema primero
de El rayo que no cesa,
el tiempo pasa rápido,
como un cuchillo
volando —hiriendo—
sobre nuestra vida.
Poco queda de mi infancia
en un mundo que se gasta
en combustión desaforada.
Las calles convertidas
en museos abandonados,
fósil tributo a la memoria
y a la ciudad que eras
mas ya no eres.
No puedo reconocerte
en los adoquines
ni en el asfalto que los soporta
ni en una anterior capa
de adoquines que, como estratos,
sostiene el peso de la historia.
Han desaparecido ya tus fábricas,
tus largas chimeneas
y los olores de mi infancia.
Todo es ruina y, si acaso profundizo,
monserga postmoderna.
Uno te camina con la sensación
de saberse extranjero,
apátrida
de su propia casa.
Solo quedan ya las piedras,
los montes imperturbables,
aunque desnudos
de ilusiones níveas,
para recordar que, al levantar el vuelo
con la mirada, todo
—como dijera Ajmátova—,
visible o invisible,
con seguridad me sobreviva.
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