jueves, 9 de enero de 2025

Mi ciudad, cuarenta años después

Nocturno de Puente Alcolea

[…] Algún día

se pondrá el tiempo amarillo

sobre mi fotografía.

Miguel Hernández

 

Como la última estrofa

del poema primero

de El rayo que no cesa,

el tiempo pasa rápido,

como un cuchillo

volando —hiriendo—

sobre nuestra vida.

 

Poco queda de mi infancia

en un mundo que se gasta

en combustión desaforada.

 

Las calles convertidas

en museos abandonados,

fósil tributo a la memoria

y a la ciudad que eras

mas ya no eres.

 

No puedo reconocerte

en los adoquines

ni en el asfalto que los soporta

ni en una anterior capa

de adoquines que, como estratos,

sostiene el peso de la historia.

 

Han desaparecido ya tus fábricas,

tus largas chimeneas

y los olores de mi infancia.

Todo es ruina y, si acaso profundizo,

monserga postmoderna.

 

Uno te camina con la sensación

de saberse extranjero,

apátrida

de su propia casa.

 

Solo quedan ya las piedras,

los montes imperturbables,

aunque desnudos

de ilusiones níveas,

para recordar que, al levantar el vuelo

con la mirada, todo

—como dijera Ajmátova—,

visible o invisible,

con seguridad me sobreviva.

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