martes, 2 de noviembre de 2010

El orador horadado (Capítulo 3º)


El frágil optimismo de la mañana fue dando paso a una sorda tristeza vespertina. Las primeras gotas resbalaban en la pantalla que separaba su casa del mundo. Llevaba horas mirando tras los cristales. El  horador había sido testigo de toda la evolución nebular, y ahora, empañado por el vaho que salía de su boca para estrellarse en la ventana, comprendía cuán solo se sentía los días de lluvia. Hacía un rato que había cejado en su empeño de buscar compañía. No había rastro de la araña por ningún sitio.
-Tenías que haberla capturado esta mañana.-protestaba.
-¿Así pretendes que sea tu amiga? ¿Por obligación?-el argumento era irrefutable.
Finalmente volvió a la ventana y siguió mirando al hueco que había dejado en su mundo la soledad. Las primeras luces de sodio titilaban vacilantes sobre el río, revoloteando a merced de la corriente, ceñidas a la orilla unas veces, dilatándose grotescamente otras, a capricho del viento.
Su alocución sonaba en este momento a dislate, como si bajo el efecto de alguna droga, toda su vida hubiera redactado, arrejuntando palabras, cada una por sí sola carente de significado, un discurso inmaculado, y ahora a la luz de la resaca, comprendiera que resultaba hiperbólico y extravagante, ridículo.
-Sólo estás cansado.-condescendía.
-Pero si no he hecho otra cosa que mirar a la ventana en todo el día.- argüía con razón.
Como si el sondear lo insondable, el esfuerzo suprahumano que supone anclar los recuerdos en lo más profundo de ese río, sobre el que las luces de sodio se complacen en sus juegos, no atribulara al más ecuánime de los corazones. Como si el pobre horador no tuviera derecho a sentir cansancio de espíritu ante una vida vacía, en la que hasta los sueños, como vimos la otra noche, se conjuran para afligirlo, desenterrando los féretros donde yacen, su juventud, su felicidad, su ilusión. Dejémosle un momento llorar por lo perdido, quizás eso le haga sentir mejor, y haga las paces con su ello, tantas veces reprimido que se siente herido en su orgullo,  infravalorado entre tanto discurso racionalista.
Las lágrimas del horador tienen su reflejo en la lluvia, al otro lado de la pantalla.

3 comentarios:

  1. He disfrutado siguiendo las sombras que el orador va metiendo en mis ojos...

    salud

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  2. jop, me encanta como escribes!!! y me ha encantado!!!

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  3. Gracias a todos por leerlo. Me estáis animando muchísimo a que el orador siga tomando forma.

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