martes, 14 de diciembre de 2010

El orador horadado (Capítulo 13º)

El horador surca los cielos con su escopeta bien cargada, sabiendo dónde apunta. En un momento dado una mancha oscura interrumpe su visión de la nebulosa de Orión, a la que ha vuelto, cautivado. El horador parpadea pero la mancha persevera. Confuso, retira su ojo abierto del visor y busca en el cielo la causa de su ceguera, mas ahí está su nebulosa, en su sitio, donde debe. El porqué ha de buscarlo más cerca, una curiosa polilla que se asoma al ojo del cañón del telescopio.

-Estúpida polilla, en lugar de mirar al firmamento, mira hacia dentro del telescopio, qué esperará encontrar.-desconoce el horador que cada noche de su vida el lepidóptero tuvo el cielo como manta y las estrellas como alcoba, pero es la primera vez que ve un artilugio como éste.

Aterido y encogido, el horador decide que ya está bien por hoy, no sin antes respirar por última vez el aire de su noche, aderezado con el humo lejano de alguna chimenea de leña. Cuando llega a su cubil descubre, asombrado, que la polilla sigue ahí, admirando el invento galileano. Al encender las luces todo cambia, y el insecto abandona a su primer amor, dejándose cegar por el fulgor de aquél que no le dará otra cosa que la muerte. El horador comprende, realizes, que todos somos un poco como esa polilla. Nos dejamos seducir por las lentejuelas, los brillos irisados y las incandescentes mentiras, que tarde o temprano se acabarán convirtiendo en dolor, en renuncia, en muerte.

Incansable, la polilla embiste a la bombilla, ignorante de que jamás alcanzará su filamento, todo lo más dejar sus fluidos pegados en el vidrio, y la vida en el intento. Por qué, por qué razón seguimos dando cabezazos cada día a la pared del sufrimiento, por qué buscamos incansables aquello que sabemos que nos daña, por qué te busco, como aquel loco que brotara de la mente de L. Felipe Comendador, con la esperanza de no encontrarte.

El horador recuerda a sus amigos de juventud, pobre Luke, hace poco se enteró de que se había agujereado la cabeza, ni Edmund ni Adelaida pudieron hacer nada para evitarlo. A cada momento acercaba insistentemente el pistolón a su sien, como la polilla a la lámpara. Mejor ejemplo imposible, quod erat demostrandum.

La polilla, por supuesto, yace achicharrada al pie de la lámpara, como todos nosotros, tarde o temprano.

2 comentarios:

  1. La lámpara de mi salón es especialista en hacer barbacoas de polillas todos los veranos...

    Quizá los humanos tenemos el mismo cerebro que ellas, al fin y al cabo. Suicidas y kamikazes, no lo podemos evitar...pero qué sería la vida sin un poquito de sufrimiento? tal vez, demasiado insulsa.

    :)

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  2. La oposición de contrarios de Heráclito, que defendía como mantenedores del equilibrio, siempre fuerzas opuestas que se contrarrestan, del ying y el yang. Una fuerza destructora (el león de Nietzsche) y otra creadora (el niño nietzscheano que crea con una nueva y recién adquirida inocencia al final de las transformaciones del espíritu. Todo eso es la condición humana.

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