domingo, 26 de diciembre de 2010

El orador horadado (Capítulo 16º)

El horador enfila sus pasos con decisión a través de la avenida. Las luces de sodio le dan al aguanieve un tinte mortecino, una atmósfera de cuento romántico, una acuarela lamida por un charco o un óleo de Caspar David Friedrich.


El horador no lleva paraguas, pues tiempo ha que acostumbró su piel al frío y la llovizna. Las calles atestadas de gente, aunque parcas en humanidad, delatan la proximidad de las fiestas navideñas. Arrastrando las bolsas de su compra, por fin, como un pelele embutido en su desgastado abrigo, cuando ya se disponía a volver a su cubil, deslíe en su cabeza la idea de comprar un regalo. Nada extraño siempre que pasemos por alto el hecho de que no tiene destinatario. 


Los pies del horador, aún más decididos, no sabemos por qué, atraviesan el umbral de la vieja librería. Un viaje en el tiempo a una época de papel sin brillo, tapas de cuero y arañas alumbrando desde el techo, pendiendo de su tela, es lo que nos aguarda tras la puerta.
El dependiente, con lustroso traje que contrasta con su alba barba descuidada, escruta la mirada del horador queriendo decirle sabía que volverías, tarde o temprano. Sin articular una sola palabra se pierde en la oscura y lóbrega trastienda, para volver pasado un tiempo, con una primera edición de Rayuela, dedicada por Cortázar. Un silencio compartido finaliza la transacción en lo acordado hace ya tantos años, un trato es un trato, al fin y al cabo. 


El horador se deja mecer de nuevo por la tierna llovizna, sabiéndose poseedor de un tesoro inigualable, un regalo sin dueño, un poema sin destinatario ni remite, como ese domingo que no nevó. O eso nos ha hecho creer a todos este tiempo. Los ojos grises de mujer de ese sueño recurrente, ésos son los únicos herederos de su fortuna.


El horador sonríe pícaramente para sus adentros, de vuelta a su hogar, perdido entre la niebla.

1 comentario:

  1. imagino sus manos y la puerta cuando se cierra, su paso como las hojas en otoño...

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