lunes, 10 de marzo de 2025

El tren y la memoria

 El último tren de pasajeros 

partió el día de Nochevieja,

dos meses y diez días, exactamente,

después de que yo naciera.

 

Según una página de internet,

el último mercancías

lo haría un año más tarde,

pero eso es imposible,

pues recuerdo vívidamente

su aparición tras de la curva

o del túnel que atravesaba justo

por los cimientos de mi casa,

precedida siempre

por ese lamento metálico, ese

estremecimiento, ese temblor

que permanece indisoluble 

en el desván de mi memoria

y que excitaba mi imaginación

mientras hacía circular mi tren eléctrico

por raíles de plástico

que montaba en la terraza.

 

Pregunto a mi madre si es posible

que haya construido mis recuerdos,

que lo haya soñado y, más tarde,

incorporado a mis vivencias.

Mis padres corroboran mi pasado,

refrendando los recuerdos de mi infancia.

Busco después en Wikipedia

y, tanto esta como El Español

por una vez, quién lo diría,

 me dan la razón, están de mi lado,

dándome diez años de margen.

 

 El último tren de pasajeros 

partió el día de Nochevieja,

legándonos un futuro

de arenas movedizas.

Vine a nacer en el epílogo

de un mundo para la historia.

Es mi ciudad apenas un recuerdo,

un viejo que se calza la boina,

una nota a pie de página,

en este sagrario a la derrota,

en este culto a la anhedonia.

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