Los amarillos legajos flotaban en los charcos,
junto a los expedientes, nóminas, recibos bancarios...
Los nobles tejados iban, poco a poco, cediendo
y las vetustas paredes se iban desmoronando,
unos figurines vestidos de Armani salían
portando maletines con activos pecuniarios.
Las sociedades anónimas habían mutado en
sociedades de responsabilidad limitada,
y en la práctica, limitada significa nula
pues las familias tenían que esperar más de dos años
para cobrar las ínfimas migajas del FOGASA.
Así, una tras otra, las empresas se iban cerrando,
deslocalizando, reconvirtiendo, esfumando...
Sutil ingeniería fiscal para empezar de nuevo
sin importar el rastro de cadáveres amargos.
Y es que mirar atrás es hábito poco elegante,
flaqueza y defecto impropio del hombre de negocios,
pues un perfil romano nunca mira de soslayo,
enfrenta los problemas encarando el porvenir.
No cuentan las derrotas, qué importan los caídos,
el mundo del mañana nos exige un sacrifico,
hasta donde alcanza la vista es tierra quemada,
allende el horizonte todo ha sido devastado.
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