miércoles, 10 de noviembre de 2010

El orador horadado (Capítulo 5º)


El horador horada la penumbra  que, poco a poco, fue copando los rincones de la sala. Sólo una pequeña lamparita ilumina su noche. La horada con sus ojos de murciélago santón. Las luces de sodio, incansables, prolongan su baile recalcitrante, el vaho empaña los cristales y las lágrimas tenues los ojos denostados.
Al final el piano se cansó del horador. Tanto lo había extrañado y tan poco había tardado en cansarse de él. Definitivamente ese piano se parecía demasiado a una mujer. Ya no se mirarían más con los mismos ojos, el horador con sus ojos de murciélago santón y denostados, y el piano, el piano…, vaya usted a saber cómo miran los pianos. El caso es que el descubrimiento de su femineidad le contrariaba. Ya no se sentía en su casa, una especie de vergüenza púdica le hacía recatar el gesto, observándolo de reojo, como aquel que recela de una visita.
Se sentía mareado, no le había dado el aire en todo el día, estaba embotado, aturdido, solo y triste. Se sentó, colocando su batín, sobre una silla con asiento de mimbre. Echó de menos una buena lumbre con la que entretener su mirada. Recordaba las largas veladas de invierno en casa de sus abuelos, el olor a leña seca, el agrio olor del humo que desechaba el camino marcado y retrocedía, curioso, para ver que había al otro lado del hogar. Esos olores no se pueden olvidar, no como esa gente que siendo preguntados sobre olores relevantes o revelados contestaban con almizcle, ni más ni menos, a saber a qué carajo huele el almizcle. El horador no entiende qué clase de persona huele a almizcle, pedantes y horteras, seguramente.
Algún día incluiría en su discurso un extenso vituperio contra el almizcle. Primero tenía que evitar al atolladero, el punto fatídico donde día tras día, hora tras hora, se le atragantaba la perhoración.  La repasaba embelesado, punto por punto. Su mirada seguía el hipnótico danzar del péndulo del reloj. Afuera le correspondían las danzas de hojas secas y lámparas de sodio.

4 comentarios:

  1. Primo, te sigo a menudo y con entusiasmo. ¿Sabes? Estoy esperando una historia llena de luz, un cuento que hable de volar alto, que retrate un paisaje en primavera. Que huela a libros nuevos, de esos que nos compraban cada año en la Calle Mayor antes de empezar el cole e íbamos a tu casa a forrar. ¡¡¡Quiero un relato que sepa a chocolate!!! No sé, me apetece una vieja leyenda de piratas o una canción de cuna.
    Mmmm...
    Ya sé, primo, quiero que me cuentes la fábula del niño y los zapatos nuevos.
    ¿Qué te parece? ¿Podrás? Venga, hazlo por este viejo y sus insomnios.
    ¡SONRÍE!

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  2. Claro que sí, primo, prometido queda!!! El orador horadado es un ejercicio metaliterario que ideé hace ya... joder seis años, y siento que este era el momento de hacerlo verosímil. Es un juego que utilizo para reirme de mi mismo, o como autocatarsis, excreción de lo dañino para mantener la sonrisa. ¿Conoces la historia de Heráclito? Cortázar decía que la mayor enseñanza que nos dejó "el oscuro" no fueron sus palabras, sino el hecho de que se hiciera cubrir de estiércol para curar su hidropesía. Cortázar envió a su Oliveira a las calles de Paris a curarse de su mal, le envió a beber vino junto a una clochard, que en agradecimiento le chupó la pija en plena calle, por lo que ambos acabaron detenidos en la gendarmería. Permíteme este capricho, primo, te prometo, que paralelamente escribiré una historia nueva, con sabor a luna de junio, a hoguera de san juan, con sabor a rock'n'roll caliente y dulce rocío rodando por los labios.

    Prometido queda.

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  3. Yo también espero que tu luz se empiece a reflejar en sus relatos. Saca todo, no dejes nada dentro, y luego abre las ventanas :)

    P.D: Hola Freks!

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