Envejecer es contemplar los aviones en estelas y comprender que cada vez hay más vida en el cielo y menos en la tierra.
Un blog para todos y para nadie (expulsado del exilio de los Paraísos Amnióticos)
domingo, 8 de junio de 2025
viernes, 28 de marzo de 2025
Hogar
De la tierra del musgo al helicriso,
que cerca nuestros bienes y dominios,
todas las casas un día me habitaron
y las paredes invaden mis recuerdos.
Las maletas te guardan en esencias
los hoteles mudados en reflejo,
esta lluvia que hoy cae ya no es la misma
es el don del que afrenta el sacrificio.
Son las nubes, la noche, tu paisaje
amparados de un próximo horizonte,
desarbolados nudos sedentarios,
nomadismo de rueda, campo y cielo.
Constelación arbórea del retorno,
ímprobo ciclamen resplandeciente,
borceguíes clamando a mis ancestros,
lápida,
túmulo,
tierra fecunda.
jueves, 20 de marzo de 2025
Tierra quemada
Los amarillos legajos flotaban en los charcos,
junto a los expedientes, nóminas, recibos bancarios...
Los nobles tejados iban, poco a poco, cediendo
y las vetustas paredes se iban desmoronando,
unos figurines vestidos de Armani salían
portando maletines con activos pecuniarios.
Las sociedades anónimas habían mutado en
sociedades de responsabilidad limitada,
y en la práctica, limitada significa nula
pues las familias tenían que esperar más de dos años
para cobrar las ínfimas migajas del FOGASA.
Así, una tras otra, las empresas se iban cerrando,
deslocalizando, reconvirtiendo, esfumando...
Sutil ingeniería fiscal para empezar de nuevo
sin importar el rastro de cadáveres amargos.
Y es que mirar atrás es hábito poco elegante,
flaqueza y defecto impropio del hombre de negocios,
pues un perfil romano nunca mira de soslayo,
enfrenta los problemas encarando el porvenir.
No cuentan las derrotas, qué importan los caídos,
el mundo del mañana nos exige un sacrifico,
hasta donde alcanza la vista es tierra quemada,
allende el horizonte todo ha sido devastado.
lunes, 10 de marzo de 2025
El tren y la memoria
El último tren de pasajeros
partió el día de Nochevieja,
dos meses y diez días, exactamente,
después de que yo naciera.
Según una página de internet,
el último mercancías
lo haría un año más tarde,
pero eso es imposible,
pues recuerdo vívidamente
su aparición —tras de la curva
o del túnel que atravesaba justo
por los cimientos de mi casa—,
precedida siempre
por ese lamento metálico, ese
estremecimiento, ese temblor
que permanece indisoluble
en el desván de mi memoria
y que excitaba mi imaginación
mientras hacía circular mi tren eléctrico
por raíles de plástico
que montaba en la terraza.
Pregunto a mi madre si es posible
que haya construido mis recuerdos,
que lo haya soñado y, más tarde,
incorporado a mis vivencias.
Mis padres corroboran mi pasado,
refrendando los recuerdos de mi infancia.
Busco después en Wikipedia
y, tanto esta como El Español
—por una vez, quién lo diría—,
me dan la razón, están de mi lado,
dándome diez años de margen.
El último tren de pasajeros
partió el día de Nochevieja,
legándonos un futuro
de arenas movedizas.
Vine a nacer en el epílogo
de un mundo para la historia.
Es mi ciudad apenas un recuerdo,
un viejo que se calza la boina,
una nota a pie de página,
en este sagrario a la derrota,
en este culto a la anhedonia.
martes, 4 de marzo de 2025
Diáspora
Nunca hubo pan para todos en estas tierras,
un éxodo obstinado estuvo siempre inscrito en nuestros genes:
en la marabunta proletaria emigrada a las Américas
y en la diáspora centrífuga de todo el siglo XX.
Y es que allá donde fueres, habrás de encontrarte a mis paisanos,
los verás fregando suelos, vendiendo entradas,
cocinando despidos o alquilando áticos.
No hubo grandes nombres entre los nuestros,
no demasiados, al menos, pero, en cada viaje,
quien te servía la cena o te recogía en el aeropuerto
casi con certeza era un conciudadano.
Naces, creces, emigras y, con suerte,
vuelves para convertirte en tierra de tu tierra.
Es la distancia un desencuentro cotidiano,
un saberse ausente del funeral de los que quieres,
un comprender que el retorno no es posible,
aunque vuelvas,
porque has cambiado tú y el terruño
ya no es el mismo a causa, precisamente,
de tu cúmulo de ausencias.
miércoles, 19 de febrero de 2025
Jerga (y gajes) del oficio
La mañana avanza, como tantas,
en la ciudad textil que vio mi infancia.
Un estrépito ensordecedor y cotidiano
prosigue contumaz su rutina diaria:
esa lanzadera que, impasible, va y viene
tejiendo los hilos de la historia.
Todo lo inicia el leviatán
limpiando con mimo la lana,
a pesar de su inicuo apelativo
de bíblica serpiente marina.
La carda la prepara para el hilado
junto a los gills y las mecheras
y es la selfactina —que en mi casa
se denominaba errónea y familiarmente
con el parónimo sulfatina—
la que por fin hace la magia
de convertir lo basto en hilo fino,
que, una vez tejido, el batán enfieltra
para, con posterioridad, darle el apresto.
La máquina de perchar arranca fibras
para obtener los suaves paños de pelo,
que poco más tarde serán tundidos,
vaporizados, prensados, decatidos...
En un momento dado,
la cadena detiene su trajín,
es la sangre quien tiñe la lana,
y un grito queda silenciado
en medio del estruendo.
Mi abuelo se ha dejado una falange
dentro de un monstruo de hierro y dientes.
Esta noche no doblará el turno,
mi madre no habrá de llevarle la cena...
¡Vamos! ¡Venga! Aquí no ha pasado nada.
La máquina que teje los hilos del destino
retoma imperturbable su cadencia.
Un estrépito ensordecedor y cotidiano
prosigue contumaz su rutina diaria.
miércoles, 5 de febrero de 2025
Herencia
Mis padres se conocieron en la fábrica
y muy pronto conocieron también
la siempre implacable tiranía del trabajo:
ambos obreros del textil y mi madre
despedida —la mujer siempre—
en cuanto sus jefes tuvieron
la mínima sospecha del noviazgo.
La aplicaron un disciplinario,
que acabó en improcedente
—la denuncia de rigor mediante—,
con el idéntico resultado
que sufriría en mis carnes
cuarenta años más tarde.
Mi infancia se desarrolló
entre expedientes de regulación
y tuve que aprender desde muy pronto
la acepción marxista de plusvalor,
aunque el término en sí lo conocí mucho más tarde.
Aprendí con ellos la precariedad
que después me encontraría,
pero también el orgullo
de saberse mileurista cuando aún
—qué tiempos aquellos—
se consideraba una vergüenza.
Los regalos navideños se elegían
en el local de un sindicato,
pues los Reyes Magos, al parecer,
exponían allí todo el muestrario.
Asistí, inocente, a manifestaciones,
huelgas generales, pero también,
huelgas particulares, de gremio,
en las que los mismos comerciantes
que años más tarde pedían apoyo
al resurgimiento nunca alcanzado
de la decaída economía local,
volvían a subir la trapa tras el paso
de la turba y seguían con su vida
y su comercio insolidario.
Tuvimos también que comprender
que era bastante fácil
acabar recibiendo una pensión
mínima después de trabajar 40 años
en una misma empresa, fiel,
dócil como un golden retriever,
planchando los trajes de alto standing
que adquirían famosísimos jugadores
de la liga nacional de baloncesto.
Y mi madre chief accountant,
maestra de todos los guarismos,
financial advisor para llegar a fin de mes
CEO a tiempo completo
de la economía de andar por casa,
mientras mi padre permanecía 8 horas
al día en ortostática posición,
como una estatua erguida.
Y este último símil me lleva
a preguntarme por qué
—por lo que sea— nunca
artista alguno esculpió varices
en las torneadas piernas de las efigies estantes
ni en las ciclópeas pantorrillas de los marmóreos colosos.
miércoles, 22 de enero de 2025
Poema del fin del mundo
un dios maldito
que muestre un anuncio de neón
en medio del infierno.
Charles Bukowski
Llueve hoy como una limosna
sobre la tierra sedienta, reseca,
y sobre tu enlosado solitario
de ciudad venida a aldea.
Llueven también las bombas y otra guerra
parece haberse desatado ahí fuera.
Los magnates dejan caer las máscaras,
poniendo los pies sobre la mesa
de los despachos ministeriales
y encendiendo la mecha de una nueva
era oscura de sádico neofeudalismo.
Paro, miseria, inflación, nacionalismo
—central y periférico—, crece la xenofobia,
la cerrazón gobierna a la inteligencia,
la suspicacia a la otredad,
mientras seguimos mansamente nuestras compras,
indiferentes al dolor ajeno:
todo parece presagiar el fin del mundo.
Alzo la vista hacia tus chimeneas de ladrillo
huérfanas del humo
y coronadas de nidos de cigüeña
desde hace algunas décadas.
Es entonces cuando lo comprendo:
aquí el mundo acabó hace ya tiempo.
Y tampoco parece haber tenido
ninguna consecuencia.
miércoles, 15 de enero de 2025
Genealogía
y a veces, en el aula,
me sorprendo en las manos un gesto de alfarero,
o miro al horizonte con ojos de marino
o camino con pasos de leñador.
Entonces
me reconozco de ellos.
Miguel d’Ors
Vengo
de una estirpe de labriegos
que cambió las ovejas, el molino
el trillo, la horca y la azada
por la rueca, el telar
el huso o la estambrera.
Vengo también
del prestamista que olvidó
los pagarés en un armario
al albedrío de los roedores
y que arruinó a su familia,
liberando a tantas otras
del yugo de la usura.
Vengo
de los que hacían turnos dobles
en la fabril militar Rodríguez Yagüe
y recorrían después 9 km
en bicicleta o caminando
mientras la mujer hacía la casa,
criaba hijos y araba el campo.
Vengo
de los que repitieron la hazaña en Mobylette,
del herrero reconvertido en albañil
y de los que tuvieron que firmar con una equis.
Vengo
de los que abandonaron los estudios
y conocieron desde niños
la tortura etimológica
del origen teológico del trabajo.
Vengo
de una genealogía cercenada
que luchó a través de los siglos
para que yo pudiera renunciar
a tener hijos, apostatar de mi carrera
pararme, respirar, detener la rueda,
leer a Nietzsche o a Bob Black
y contaros por escrito y en detalle
toda mi historia.